viernes, 6 de febrero de 2009

26.02 El hijo del acordeonista




Bernardo Atxaga (Asteasu, Gipuzkoa, 1951) se licenció en Ciencias Económicas y desempeñó varios oficios hasta que, a comienzos de los ochenta, consagró su quehacer a la literatura. La brillantez de su tarea fue justamente reconocida cuando su libro Obabakoak (1989) recibió el Premio Euskadi, el Premio de la Crítica, el Prix Millepages y el Premio Nacional de Narrativa. La novela ha sido llevada al cine con el título Obaba. A Obabakoak le siguieron novelas como El hombre solo (1994), que obtuvo el Premio Nacional de la Crítica de narrativa en euskera, y Esos cielos (1996), y libros de poesía como Poemas & Híbridos, cuya versión italiana obtuvo el Premio Cesare Pavese de 2003. Su obra ha sido traducida a veintisiete lenguas. La edición en euskera de El hijo del acordeonista ha recibido el Premio de la Crítica 2003. Bernardo Atxaga es ya uno de los creadores de mayor hondura y originalidad en el panorama literario de este principio de siglo.

http://www.atxaga.org/

El hijo del acordeonista

Reclama lectores dispuestos a participar en un diálogo de voces que hablan de un sinfín de emociones: de afectos y traiciones, de amor y de muerte, leyendas de paraísos y costumbres perdidas, la memoria de la Guerra Civil y la dramática transformación de víctimas a verdugos. Esta supuesta sinfonía de voces y emociones de los protagonistas que discurren por toda la novela es, al final, una misma voz: la del autor.

Ésta es la novela más personal de este autor. En ella recorremos, como si miráramos un mosaico hecho con distintos tiempos, lugares y estilos, la historia de dos amigos: Joseba y David, el hijo del acordeonista. Desde los años treinta hasta finales del siglo XX, desde Obaba hasta California, de la infancia en la escuela a los infiernos de la guerra y de la violencia, Atxaga aborda de forma valiente el tema de la memoria, la nostalgia, la amistad y también de la tristeza del que deja su tierra sabiendo que no volverá. Y en el centro de las múltiples ramificaciones de esta historia, la única posibilidad de salvación frente a las circunstancias más dramáticas: el amor.

"Las violencias son de distinto signo e incluso, moralmente, son de dirección contraria, pero se puede decir perfectamente que aquéllos que huían de los fascistas eran las víctimas de una época, y con el paso del tiempo se convirtieron en verdugos", dice un Atxaga que procura "no ser relativista en estos temas.

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